La búsqueda de nuevos microorganismos es una de las actividades que podría salvar a la humanidad de un futuro desastroso. Por ello, los científicos toman muestras de lugares cada vez más inhóspitos, como el Lago Vostok, una masa de agua líquida a 3500 metros bajo el hielo de la Antártida, o el volcán Dallol, en Etiopía. En esta depresión del terreno, emanan aguas en ebullición con una acidez superior al ácido sulfúrico y ricas en metales; que se acumulan en piscinas saladas. De este modo, en los alrededores del volcán se ha ido modelando un entorno que durante mucho tiempo se ha considerado “imposible para la vida”. Y así fue, al menos hasta 2019.
Aquel año, un equipo liderado por el Centro de Astrobiología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas publicó en Scientific Reports un artículo en el que mostraba que la vida es mucho más resiliente de lo que se creía. Incrustados en los cristales de sal, encontraron una serie de microorganismos que identificaron como nanohaloarqueas, pequeñas formas de vida adaptadas a la acidez y a las altas concentraciones salinas. El hallazgo de estos microorganismos fue una enorme sorpresa para la comunidad científica, que revivió, en parte, sus esperanzas de encontrar microorganismos en otros planetas. La premisa era la siguiente: si había vida en el volcán Dallol, ¿qué les impedía a microorganismos similares vivir, por ejemplo, en Marte?
Este equipo, ya había estudiado previamente microorganismos en otros ambientes extremos, como el que se forma en Río Tinto. Las aguas calientes y rojizas que recorren el cauce de este río en Huelva, España, obtienen su color característico de metales pesados como hierro, cobre y manganeso, que se desprenden de las rocas y minerales de la zona por un proceso conocido como lixiviación. En sus aguas tóxicas, habita un ecosistema único formado por bacterias, arqueas e incluso hongos, que contienen en su ADN la información que les permite sobrevivir en estos ambientes. Pero no hace falta irse tan lejos para encontrar ambientes extremos.
En busca de la bacteria perdida
Podría decirse que los miembros del laboratorio de Manuel Porcar tienen una visión muy particular del mundo. Donde una persona normal vería una pila de objetos cotidianos, muchos de ellos de deshecho, ellos encuentran nuevas oportunidades. Armados con tubos de laboratorio y pinzas, estos científicos e investigadores toman muestras de donde pueden; tierra, asfalto, paredes, polvo y todo tipo de superficies, en busca de nuevos microorganismos. Esta búsqueda incansable sólo tiene el límite de su propia imaginación, que les ha llevado a pensar en lugares de lo más insospechados, como los negros chicles pegados en el pavimento.
Gracias a una concienzuda y pegajosa investigación, hallaron comunidades de microorganismos viviendo en ese ambiente extremo que nunca nadie había analizado. Dentro de los chicles, la falta de oxígeno, de agua y de nutrientes crean unas condiciones hostiles para la mayoría de formas de vida, pero ciertos organismos son capaces de sobrevivir, y para ello, extraen los nutrientes del propio chicle.
En aquella investigación también aprovecharon para analizar cómo evolucionaban durante varias semanas los microorganismos de un chicle recién mascado por una integrante del laboratorio, Leila Satari. Los resultados mostraron comunidades de bacterias interesantes, algunas de las cuales tienen el potencial de convertirse en patógenos humanos. Aunque sin duda, el hallazgo más pragmático es que encontraron bacterias que, a escala industrial, podrían emplearse para degradar los propios chicles o, incluso, ponerle remedio al grave problema de los plásticos de deshecho.
Debido a lo sorprendente y a las posibilidades de esta investigación, les concedieron el premio Ig Nobel en Ecología en 2021, una parodia de los Premios Nobel creada en 1999. Estos premios se conceden todos los años a las investigaciones que en un principio pueden parecer absurdas y hacen reír, pero también dan que pensar por varias razones. Durante la ceremonia de los Ig Nobel, los galardonados reciben un billete de 10 trillones de dólares de Zimbabue (una moneda que ya no está en circulación) y un trofeo de papel que han de montar ellos mismos. Tras este reconocimiento, las investigaciones del laboratorio de Darwin Bioscience han seguido y, entre otros lugares, ahora tienen el foco puesto en nuestra cocina.
Radiación, calor y sequedad en casa
Y es que hay un electrodoméstico en la mayoría de los hogares que tiene unas condiciones realmente terribles para la vida: El microondas. Este pequeño aparato es capaz de calentar la comida gracias a un dispositivo denominado magnetrón. El magnetrón transforma la electricidad en ondas electromagnéticas (concretamente microondas, de donde viene el nombre del electrodoméstico) y las envía hacia nuestros alimentos.
Estas microondas tienen la longitud de onda y la frecuencia necesaria para interactuar con las moléculas de agua, provocando que vibren y, por tanto, que el agua se caliente. Rápidamente, la vibración se va transmitiendo al resto de moléculas de los alimentos y, de este modo, el alimento se va calentando. Pero claro, este proceso no afecta exclusivamente al plato de macarrones que hemos metido. Cualquier ser vivo que se encuentre dentro de un microondas sufre el mismo proceso, el agua de su interior se calienta y, por tanto, muere quemado. Por ello, muchas veces se ha considerado el interior del microondas un lugar estéril. Pero resulta que no es así.
Como muestra una investigación reciente capitaneada por Alba Iglesias y publicada en Frontiers in Microbiology, dentro de los microondas comunidades de microorganismos que se aferran a la vida. Concretamente, tras analizar 30 de estos aparatos, tanto domésticos como los que se emplean en el laboratorio, las investigadoras pudieron aislar 101 cepas de bacterias distintas, siendo las más dominantes de los géneros Bacillus, Micrococcus y Staphylococcus. Ahora bien, en los microondas domésticos también pudieron encontrar bacterias asociadas a intoxicaciones alimentarias, como Klebsiella y Brevundimonas, lo que pone de manifiesto la importancia de limpiar el microondas de cuando en cuando.
¿De qué sirve tanta búsqueda?
Al principio del artículo comentábamos que encontrar microorganismos viviendo en entornos tan hostiles nos daba esperanzas para encontrar vida en otros planetas. Aunque este hallazgo supondría un antes y un después en nuestra forma de entender la vida, las investigaciones de este tipo también tienen una aplicación mucho más terrenal. Las bacterias y otros microorganismos adaptados a condiciones extremas tienen codificado en su genoma piezas de ADN que pueden ser muy útiles para la industria. Como hemos comentado, las bacterias degradadoras de chicle podrían emplearse de forma industrial para reducir los residuos plásticos, y otras, como las que están expuestas a metales pesados, podrían servir para descontaminar tierras o acuíferos.
Además, en estos ambientes, las bacterias también pueden desarrollar sistemas únicos para colonizar su nicho, como nuevos antibióticos, que serían de gran utilidad en los hospitales para tratar las infecciones resistentes. Finalmente, utilizando la tecnología CRISPR, también se pueden emplear estas piezas de ADN para modificar cultivos y hacerlos más resistentes a plagas, calor extremo, o sequías, unos peligros que se espera que sean mucho más frecuentes en el futuro debido a las importaciones de productos y al cambio climático. Y es que ¿quién sabe? Nuevos fármacos, bacterias industriales, o piezas de ADN singulares, todo esto podría estar oculto, creciendo, en un recoveco de nuestra cocina.
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Publicado: September 14, 2024 at 04:13AM