[ESTE ARTÍCULO CONTIENE SPOILERS DE NADIE QUIERE ESTO]
Me vi Nadie quiere esto en dos tardes. Nada más acabarla, compartí una foto de la serie en las historia de Instagram y las reacciones no tardaron en llegar. Todas positivas: "¡Qué maravilla de serie!", "No lo supero", "Que clonen a Adam Brody"… Solo hubo una nota discordante, una crítica a lo "demasiado perfecto" y "fácil" que era todo entre la pareja protagonista.
No estoy de acuerdo con esta opinión, pero me hizo pensar en todas las ideas erróneas y dañinas que la ficción romántica nos ha metido en la cabeza, sobre todo a nosotras, mujeres, consumidoras mayoritarias del género. Que el amor tiene que ser difícil, que quien bien te quiere te hará llorar, que puedes cambiar al chico malo, que cuanto más rebuscado y complicado más real.
No es ningún secreto que la comedia romántica ha sido considerada injustamente un género menor dentro del ‘alto cine’, dentro de ese séptimo arte elevando y orgulloso al que se le hincha el pecho con los dramas, los thrillers, el blanco y negro, los planos secuencia y todo lo que huela a intenso.
Richard Curtis y Nora Ephron están bien, pero ni se nos ocurre compararlos con Stanley Kubrick, Alfred Hitchcock o Francis Ford Coppola. Si eso, Woody Allen y Annie Hall tienen un pase, pero ya. Hechizo de luna, Notting Hill o Cuando Harry encontró a Sally son entretenimiento pasajero, no una experiencia artística.
Cuántos prejuicios y cuánta estupidez elitista ha perseguido siempre a la rom-com, cuánta vergüenza reconocer que una película del género nos gusta, cuánto complejo incluso dentro de la propia industria, que si ya es reacia a premiar comedias, aún más comedias románticas.
Este tipo de películas y series siempre han sido subestimadas, arrojadas a la casilla de ficciones tontas y superficiales con las que pasar el rato. Y, sin embargo, nos moldean más que cualquier thriller o fantasía épica. Porque, lógicamente, nos vemos más reflejados en actitudes y comportamientos de La boda de mi mejor amigo que de Juego de tronos.
¿El complejo de salvadora? ¿El apego ansioso más vinculado a la mujer y el evasivo ligado al hombre? ¿La ansiedad romantizada como mariposas en el estómago? ¿La media naranja? ¿La fijación por el chico malo? La presencia en nuestra mentalidad de todos esos peligrosos preconceptos a través de la pantalla se lo debemos a la ficción romántica en general y a la comedia romántica en particular.
Esto lo escribe la máxima defensora del género, que considera Notting Hill su película favorita y ve 10 razones para odiarte una vez al año. Siempre se han hecho buenas comedias románticas, de esas que merecían un lugar en el ‘alto cine’, pero es cierto que todas caían en el enredo tóxico, la codependencia y la romantización del daño mutuo.
Nadie quiere esto, que ya ha sido renovada por una segunda temporada, no es el epítome de la ‘rom-com’, pero reivindica el amor sano sin sacrificar ni pizca de entretenimiento y cursilería, y ya solo por eso Netflix ha firmado con ella su fenómeno más relevante y revolucionario.
‘Nadie quiere esto’, el amor que mereces
No lo llames serendipia o destino, llámalo suerte y predisposición. No lo llames príncipe azul, llámalo hombre en sintonía con su vulnerabilidad y sus sentimientos. No lo llames final feliz, llámalo presente seguro y futuro incierto. No lo llames amor de tu vida, llámalo trabajo y comunicación diarias.
Nadie quiere esto ha perfeccionado los mandamientos del romance dejando la fantasía para abrazar la realidad, sin por eso prescindir de ese ‘cuteness’ que tanto nos gusta a los fans del género. La creadora Erin Foster se inspira en su propia historia de amor para contar el idilio entre Joanne (Kristen Bell), una presentadora de podcast agnóstica, y Noah (Brody), un rabino que acaba de romper con su ex.
El inicio de su romance no está exento de escollos. Por un lado, tenemos a la ex como un miembro fantasma presente en la mejor amiga que no soporta a la protagonista, la caja de objetos de la que él aún no se ha deshecho, la inseguridad que todo esto genera en Joanne… Por otro, y de mayor peso, se interponen la fe de Noah y su madre, a quien no le hace ninguna gracia que su hijo salga con una ‘shiksa’.
Con la suegra en contra, las aspiraciones profesionales de él de por medio y la ex sobrevolando, lo de Joanne y Noah no es un camino de rosas. Es más, lo suyo parece condenado al fracaso y ellos lo saben. Sin embargo, funciona. ¿Cómo? Gracias a un aspecto imprescindible en una relación del que nadie nos habló: la comunicación.
Joanne y Noah se equivocan, espían cajas ajenas y ocultan a la pareja por miedo, pero, al final del día, comparten con el otro sus inseguridades, piden perdón, se abren y escuchan al otro, empatizan y crecen juntos. Lo que hacen, lejos de ser fácil, es una prueba de fuego dificilísima: la de confiar en el otro, mostrar su fragilidad y optar por entender en lugar de entregarse al primer instinto de confrontar y discutir.
Esta dinámica no nace de la magia, sino de un autoconocimiento y una maduración (por fin una apuesta saca jugo a un amor más maduro, nacido en la treintena o los 40) cuyas consecuencias son palpables. Joanne no necesita mirar el móvil de Noah para confiar en lo que dice, mientras que él entiende el miedo irracional de ella, lo comprende, y por eso le ofrece su móvil en primer lugar.
En el último episodio, la protagonista se da cuenta de que su único motivo para convertirse al judaísmo es Noah y decide no hacerlo. Por ella y por él: por ella porque se prioriza y toma su camino y no el de su novio; por él porque le da la libertad de elegir como ella acaba de hacer.
Una de las escenas más bonitas y a la vez dolorosas de la serie es precisamente esa en la que ambos se dicen "Te quiero" justo antes de dejarse ir (aunque luego el desenlace sea otro). Actúan de forma honesta porque se quieren, reconocen que el amor no es suficiente porque se quieren, se dejan ir porque se quieren, pero más se quieren a ellos mismos. El amor sano en pareja es imposible si cada uno no ha aprendido a quererse a uno mismo, como nos recuerdan estos tortolitos.
Adam Brody, el rabino buenorro
Joanne es la primera en prejuzgar a Noah cuando lo conoce en casa de una amiga: ella está convencida de que es el ligón infiel y no el rabino que le han mencionado. ¿De verdad ese hombre tan mono es un judío devoto? El protagonista, que desde luego no tiene pinta de rabino, rompe prejuicios en esa fiesta, pero también en la rom-com.
Como ya hiciera el ‘Hot Priest’ de Adam Scott en Fleabag, el ‘Hot Rabbi’ de Adam Brody reivindica al verdadero rompecorazones. No lleva chupa de cuero ni luce una musculatura sacada de Marvel. Es un chico bueno que viste camisas de pana, juega (mal) al baloncesto y lleva kipá. Más próximo a Hugh Grant en Notting Hill que al prototipo de ligón guaperas de Matthew McConaughey en sus incursiones en el género, es una rara avis que refleja y reclama la sensibilidad masculina, que tiene responsabilidad afectiva.
Como decíamos, las mujeres son las principales consumidoras de comedias románticas, pero no siempre las escriben. Esta vez sí, y esa mirada femenino se nota en la reivindicación del protagonista ‘The Boy Next Door’, un término que suele usarse para las chicas y describe al objeto de deseo corriente, que te es familiar pero resulta igual de irresistible o más que alguien inalcanzable.
Noah es el chico dulce y adorable que te da seguridad, y por ello, y no pese a ello, resulta tremendamente atractivo. Muchos dicen de él que es la versión adulta de aquel Seth Cohen que encumbró a Brody en The O.C., pero ya le habría gustado al inventor de ‘Naviduka’ gestionar lo suyo con Summer con tanta empatía (aunque, claro, era un chaval de 16 años).
Así, tenemos el romance sano, al novio deconstruido y el inevitable embrollo narrativo bien conducido. El enredo está incrustado en la comedia romántica y Nadie quiere esto no lo rechaza. Es cómo se aborda ese enredo lo que cambia el mensaje de esta rom-com. Aquí no hay toxicidad gratuita ni idealización de comportamientos dañinos. Hay clichés del género, pero no estereotipos peligrosos como el chico con miedo al compromiso o la chica salvadora.
Esta comedia romántica no quiere que te enamores de la adrenalina y la montaña rusa, del bombardeo de amor que inevitablemente se desinfla, del potencial y tu capacidad de cambiar al hombre. Sí que quiere que te enamores de la cursilería: la consabida química inicial, los besos con sabor a helado y los partidos de baloncesto con chupitos.
Pero, sobre todo, Nadie quiere esto busca que te enamores de una relación segura, consolidada con compromiso y comunicación. Su romanticismo la hace una buena serie, su mensaje la hace una serie importante. Y, además, tiene el mejor primer beso de la historia.
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Fuente: https://ift.tt/tmLVg96
Publicado: October 13, 2024 at 11:06PM
